Aliados Falibles: El Uso Crítico de los Padres de la Iglesia en la Ortodoxia Reformada
- Andres Espinoza
- 1 oct
- 6 Min. de lectura
Resumen (Abstract): Construyendo sobre la idea de la Reforma como un movimiento de renovación católica, este artículo profundiza en la matizada relación que los teólogos reformados tuvieron con los Padres de la Iglesia. Aunque los reformadores citaron extensamente a figuras como Agustín, no lo hicieron sin un marco hermenéutico crítico. Analizando las advertencias de teólogos como Jean Daillé, se examinarán las limitaciones y peligros de usar a los Padres como una autoridad doctrinal final: la escasez de textos, las falsificaciones, sus contradicciones intrínsecas y su falibilidad humana. Se argumentará que el "uso correcto" de los Padres, desde una perspectiva reformada, es como "testigos históricos" de la fe antigua, cuya autoridad está siempre subordinada al juicio soberano de la Escritura, la única regla infalible de fe y práctica.
Introducción: La Pregunta por la Tradición
En el artículo anterior establecimos que la Reforma del siglo XVI no fue una revolución para crear una nueva fe, sino un movimiento de renovación que buscaba restaurar la catolicidad de la Iglesia. Los reformadores se entendían a sí mismos como herederos de la "gran tradición", en continuidad con la ortodoxia de los credos ecuménicos y la teología de los Padres. Sin embargo, esta afirmación de catolicidad nos enfrenta a una pregunta ineludible y a menudo malinterpretada: si los reformadores valoraban la tradición, ¿cómo definían su autoridad en relación con la Escritura?
La respuesta no es un simple rechazo, como a menudo se caricaturiza, ni tampoco una sumisión acrítica. La ortodoxia reformada desarrolló una sofisticada hermenéutica de la sospecha y el aprecio, un método para "usar correctamente" a los Padres sin convertirlos en una segunda fuente de revelación. Este artículo explorará dicho método, argumentando que, para los reformadores, los Padres no eran jueces infalibles de la fe, sino aliados falibles. Su valor no residía en una autoridad magisterial, sino en su testimonio histórico, el cual, no obstante, debía ser rigurosamente examinado y siempre subordinado a la autoridad final y suficiente de la Sagrada Escritura.
I. La Problemática de Apelar a los Padres: Las Advertencias de Daillé
El teólogo reformado francés Jean Daillé, en su monumental obra Un Tratado sobre el Uso Correcto de los Padres de la Iglesia, ofrece la articulación más sistemática de la hermenéutica reformada de la tradición. Lejos de despreciar a los Padres, Daillé busca proteger a la Iglesia del abuso de su autoridad, un método que, según él, tanto Roma como otros polemistas empleaban para justificar doctrinas ajenas a la Escritura. Daillé identifica varios "peligros" o dificultades inherentes a la apelación a la antigüedad, que limitan severamente el peso doctrinal de los Padres.
Primero, Daillé señala la escasez, corrupción y autenticidad dudosa de los textos patrísticos. De los primeros tres siglos, cruciales para establecer la fe post-apostólica, poseemos muy pocos escritos. Además, muchos de los textos que circulan bajo nombres venerables son, en realidad, falsificaciones posteriores (pseudepigrapha) o han sido objeto de interpolaciones y corrupciones por parte de copistas a lo largo de los siglos [4]. Sin un aparato crítico riguroso, ¿cómo podemos estar seguros de que estamos escuchando la voz de un Padre del siglo III y no la de un monje del siglo IX?
Segundo, Daillé insiste en la falibilidad intrínseca y las contradicciones de los propios Padres. Eran hombres piadosos y doctos, pero no inspirados. Cometieron errores, algunos de ellos graves, se contradijeron a sí mismos en diferentes etapas de su vida y, crucialmente, se contradijeron entre sí en numerosos puntos de doctrina [4]. Agustín difiere de Jerónimo, Clemente de Alejandría de Tertuliano. Esta falta de consenso patrístico unánime hace imposible establecer una doctrina basándose únicamente en su autoridad, pues siempre será posible encontrar una contra-cita, un "Padre contra Padre".
Tercero, su lenguaje es a menudo oscuro, retórico y ambiguo. Los Padres no escribían con la precisión sistemática de un teólogo confesional posterior. Su estilo, lleno de hipérboles y figuras retóricas, estaba diseñado para la homilía y la pastoral, no para la definición dogmática. Esta ambigüedad, argumenta Daillé, permite que "cada facción encuentre en ellos lo que busca y los haga hablar a su favor" [4].
Finalmente, Daillé señala que los Padres son a menudo irrelevantes para las controversias posteriores. Cuestiones centrales del debate de la Reforma, como la naturaleza de la presencia de Cristo en la Eucaristía (transubstanciación), la existencia del purgatorio, la primacía del obispo de Roma o la justificación por la fe sola, no fueron los temas centrales de sus debates. Aplicar sus escritos de manera anacrónica para resolver estas disputas es un ejercicio de violencia hermenéutica [4].
II. El "Uso Correcto": Los Padres como Testigos, no como Jueces
A la luz de estas limitaciones, Daillé concluye que el "uso correcto" de los Padres no es como una fuente primaria para establecer la doctrina de la Iglesia. Esa función pertenece única y exclusivamente a la Sagrada Escritura, que es clara, suficiente e infalible. Entonces, ¿cuál es el valor de los Padres? Su valor es el de ser testigos históricos.
Son indispensables para entender qué creía la Iglesia en los siglos posteriores a los apóstoles, cómo interpretaba ciertos pasajes de la Escritura y cómo combatía las primeras herejías. Nos proporcionan un mapa de la trayectoria teológica de la Iglesia y nos conectan con la comunión de los santos a lo largo de la historia. Como señala el historiador F.F. Bruce, el testimonio de los Padres es crucial para entender la formación del canon. Sus citas nos muestran qué libros eran universalmente aceptados y cuáles eran disputados, dándonos una ventana al proceso corporativo por el cual la Iglesia reconoció su propia Escritura [11].
Sin embargo, su testimonio nunca es normativo en sí mismo. Su autoridad es derivada y secundaria. La teología reformada valora a los Padres en la medida en que sus enseñanzas se alinean con la Escritura. Cuando hay coherencia, los reformadores los citan con gusto como aliados en la defensa de la verdad. Cuando hay contradicción, no dudan en disentir, apelando a la autoridad superior de la Palabra de Dios.
III. La Tradición como Resumen de la Escritura: La Regula Fidei
Esta postura reformada no es una invención, sino que refleja, irónicamente, el propio uso que la Iglesia primitiva hacía de la tradición. El teólogo contemporáneo Michael Kruger ha demostrado que, para Padres como Ireneo y Tertuliano, la "regla de fe" (regula fidei) no era una fuente de revelación extra-bíblica, sino un resumen de la enseñanza apostólica fundamental contenida en la Escritura [12]. No era una tradición además de la Escritura, sino la tradición de la Escritura.
Esta regla de fe servía como una guía hermenéutica para proteger a la Iglesia de las interpretaciones heréticas, como las de los gnósticos. No añadía contenido nuevo a la revelación, sino que encapsulaba el núcleo del mensaje bíblico. Al insistir en que toda tradición debe ser juzgada por la Escritura, los reformadores no estaban rechazando la tradición, sino restaurando su función original y patrística: ser una servidora de la Palabra, no su igual ni su superiora.
Conclusión: Hacia una Catolicidad Crítica
La relación de la ortodoxia reformada con los Padres de la Iglesia es, por tanto, una de catolicidad crítica. Se afirma la continuidad con la fe de los Padres y se valora su testimonio como un tesoro de la Iglesia, pero se rechaza la noción de una tradición infalible que pueda competir con la autoridad de la Escritura.
El simposio sobre la obra de Barrett nos advierte correctamente del peligro de la "amnesia teológica" [6]. Ignorar a los Padres es cortar nuestras raíces y empobrecer nuestra fe. Sin embargo, el tratado de Daillé nos advierte de un peligro complementario: la "patrolatría", una veneración acrítica que convierte a aliados falibles en una regla de fe infalible.
El camino de la Reforma nos enseña a caminar por una senda equilibrada: honramos a los Padres, aprendemos de ellos y los consideramos nuestros hermanos mayores en la fe. Pero nuestra lealtad final no es hacia ellos, ni siquiera hacia la Iglesia como institución, sino hacia la Palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura. Es en la Escritura donde encontramos el único fundamento inamovible, la única regla que no puede ser torcida, y la voz viva de nuestro Señor, a quien los mejores de los Padres siempre buscaron señalar.
Notas
[4] Daillé, Jean, Un Tratado sobre el Uso Correcto de los Padres de la Iglesia en la Decisión de las Controversias que Actualmente Existen en la Religión. [6] Simposio sobre La Reforma como Renovación. [11] Bruce, F.F., El Canon de la Escritura. [12] Kruger, Michael J., The Question of Canon.
Comentarios