top of page

De Trento a Westminster: La Autoridad y el Canon de la Escritura

Resumen (Abstract): Este artículo final aplica los principios de autoridad y tradición, discutidos previamente, a la controversia fundamental sobre los límites del canon bíblico. Se contrastará la decisión del Concilio de Trento de incluir los libros apócrifos con la postura de la Confesión de Fe de Westminster, que se adhiere al canon hebreo. Utilizando la evidencia histórica de F.F. Bruce y los argumentos de teólogos como William Whitaker y Michael Kruger, se demostrará que las diferentes visiones sobre la autoridad (Iglesia vs. Escritura) conducen directamente a cánones diferentes. Se analizarán los criterios históricos y teológicos que usaron los reformadores para definir los límites de la Escritura, mostrando cómo el principio de Sola Scriptura se aplica en la práctica para establecer el fundamento mismo sobre el cual se edifica toda la teología, concluyendo que la postura reformada es más consistente con el testimonio de Cristo, los apóstoles y la Iglesia primitiva.


Introducción: La Cuestión del Fundamento Mismo


En los artículos anteriores hemos argumentado que la Reforma fue un movimiento de renovación católica, que mantenía una relación de aprecio crítico por la tradición patrística, pero que finalmente subordinaba toda autoridad humana a la autoridad suprema de la Escritura. Esta conclusión nos lleva a la pregunta más fundamental de todas: ¿Qué es la Escritura? ¿Qué libros componen esta regla infalible de fe y práctica?


La controversia sobre los límites del canon bíblico no es una disputa académica menor; es la batalla por el fundamento mismo de la fe. En este debate se cristalizan los dos modelos de autoridad que hemos examinado: ¿es la Iglesia la que determina el canon, o es la Iglesia la que reconoce un canon que posee una autoridad intrínseca? Este artículo abordará esta cuestión contrastando dos respuestas históricas y teológicas irreconciliables: la del Concilio de Trento, que incluyó los libros apócrifos en el Antiguo Testamento, y la de la Confesión de Fe de Westminster, que los excluyó. Argumentaremos que la postura de Westminster no fue una innovación protestante, sino una reafirmación de la visión del canon sostenida por el judaísmo del primer siglo, por Cristo y sus apóstoles, y por las voces más autorizadas de la Iglesia primitiva.



I. Dos Cánones, Dos Modelos de Autoridad


La diferencia entre el canon católico-romano y el protestante es el resultado lógico de dos modelos opuestos de canonicidad.


El modelo romano, formalizado en el Concilio de Trento en 1546, sostiene que el canon es determinado por la Iglesia. Un libro es canónico porque la Iglesia, a través de su magisterio infalible, lo declara así. En este modelo, la autoridad final reside en la Iglesia, que actúa como juez y autenticador de la Escritura. La decisión de Trento de incluir los libros apócrifos (como Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc y Macabeos) fue, por tanto, una declaración de su propia autoridad para definir los límites de la revelación escrita [11].


El modelo reformado, codificado en la Confesión de Fe de Westminster (Capítulo I), sostiene que el canon es reconocido por la Iglesia [3]. Un libro es canónico no porque la Iglesia lo decrete, sino por su propia naturaleza divina como Palabra inspirada de Dios (autopistos). La Iglesia no crea el canon; se somete a él. En este modelo, la autoridad final reside en la Escritura misma, y el papel de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, es el de reconocer y testificar de esa autoridad intrínseca [12]. La exclusión de los apócrifos, por tanto, no fue un acto de "eliminar" libros de la Biblia, sino de aplicar criterios teológicos e históricos para reconocer los límites del canon que Dios mismo había establecido.



II. El Testimonio Histórico contra los Apócrifos


La decisión de los reformadores de adherirse al canon hebreo (39 libros del Antiguo Testamento) no fue arbitraria, sino que se basó en un abrumador consenso histórico que el Concilio de Trento decidió ignorar.


1. El Canon de Jesús y los Apóstoles: El historiador F.F. Bruce demuestra de manera concluyente que el canon aceptado por el judaísmo palestino en el siglo I era el canon hebreo [6]. Jesús mismo validó esta triple división de la Escritura —la Ley, los Profetas y los Salmos (o Escritos)— cuando afirmó que todo lo escrito "en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos" acerca de Él debía cumplirse (Lucas 24:44). Notablemente, ni Jesús ni los apóstoles citan jamás un solo libro de los apócrifos como Escritura autoritativa, un silencio ensordecedor si se considera que citan el Antiguo Testamento cientos de veces [6].


2. El Testimonio de la Iglesia Primitiva: Lejos de tener un consenso sobre la inclusión de los apócrifos, la mayoría de los Padres de la Iglesia más versados en la materia siguieron el canon hebreo. Melitón de Sardis (c. 170 d.C.), tras viajar a Palestina para investigar el orden y número de los libros, enumera un canon que excluye a los apócrifos. Orígenes y Atanasio hicieron lo mismo [6].

Sin embargo, el testigo más devastador contra la postura de Trento es Jerónimo (c. 347-420), el traductor de la Vulgata Latina, la misma versión que Trento declaró "auténtica". Jerónimo, en sus prólogos a los libros bíblicos, defendió explícitamente el canon hebreo (veritas hebraica) y trazó una distinción clara entre los libros canónicos y los eclesiásticos(los apócrifos). Afirmó que estos últimos podían ser leídos por la Iglesia para "edificación del pueblo", pero no para "establecer la autoridad de ninguna doctrina de la Iglesia" [6]. Irónicamente, el propio arquitecto de la Vulgata proveyó a los reformadores del argumento patrístico más fuerte contra el uso doctrinal de los apócrifos que la Iglesia Romana posterior elevaría a la categoría de canónicos.


3. La Decisión de Trento como Reacción: F.F. Bruce y otros historiadores señalan que la decisión de Trento no fue la culminación de una tradición unánime, sino una medida polémica y reactiva. Fue la primera vez que un concilio de la Iglesia decretó de manera infalible la canonicidad de los apócrifos, precisamente porque los reformadores habían señalado que doctrinas como la oración por los muertos (justificada con 2 Macabeos 12:43-45) carecían de fundamento en la Escritura canónica [6]. En lugar de debatir la cuestión exegéticamente, Trento optó por canonizar el texto en disputa.



III. El Fundamento Teológico de la Postura de Westminster


La Confesión de Westminster no solo se basa en la evidencia histórica, sino que articula una teología del canon coherente con el principio de Sola Scriptura. Su primer capítulo declara que los libros apócrifos "no son de inspiración divina" y, por lo tanto, "no forman parte del Canon de la Escritura; y, por consiguiente, no tienen autoridad en la Iglesia de Dios, ni deben ser aprobados o utilizados de otra manera que como otros escritos humanos" [3].


Esta postura se fundamenta en los atributos intrínsecos de la canonicidad. Según Michael Kruger, la Iglesia reconoce el canon no por un decreto externo, sino al discernir las "cualidades divinas" de los libros inspirados, su poder para transformar, su belleza coherente y su armonía interna, un reconocimiento que es confirmado por el testimonio interno del Espíritu Santo [12]. Los libros apócrifos, por el contrario, no poseen estos atributos. Contienen anacronismos históricos, errores geográficos y doctrinas que contradicen la enseñanza del resto de la Escritura (como la justificación por las obras o la oración por los muertos) [5].


Por lo tanto, la diferencia entre los cánones de Trento y Westminster no es una simple disputa sobre una lista de libros. Es la consecuencia inevitable de dos teologías de la revelación. Para Roma, la revelación es un proceso continuo del cual la Iglesia es la guardiana y definidora infalible. Para la tradición reformada, la revelación canónica se cerró con la era apostólica, y la función de la Iglesia no es añadir a esa revelación, sino someterse a ella.



Conclusión: Una Iglesia Construida sobre el Fundamento Correcto

La controversia sobre el canon del Antiguo Testamento revela la importancia práctica de los principios teológicos. La decisión de la Reforma de volver al canon hebreo no fue un acto de novedad, sino un acto de fidelidad al testimonio de Cristo, los apóstoles y las voces más autorizadas de la Iglesia primitiva. Fue la aplicación consistente del principio de Sola Scriptura: la Iglesia no crea la Palabra de Dios; es creada por ella.


Al definir el canon según el testimonio histórico y los atributos divinos intrínsecos de los libros, la Confesión de Westminster establece un fundamento para la fe que es objetivo, histórico y, en última instancia, teocéntrico. La autoridad no reside en la voz falible de una institución, sino en la Palabra infalible de Dios mismo. Al construir sobre este fundamento, y solo sobre este, la Iglesia puede estar segura de que está edificada, no sobre las arenas movedizas de la tradición humana, sino sobre la roca inconmovible de la revelación divina.


Notas al Final


[3] Confesión de Fe de Westminster, Capítulo I [citado en Van Dixhoorn, Creeds, Confessions, and Catechisms]. [5] Whitaker, William, Disputation on Holy Scripture. [6] Bruce, F.F., El Canon de la Escritura. [11] Turrettini, Francisco, De necessaria secessione nostra ab Ecclesia Romana. [12] Kruger, Michael J., The Question of Canon.

Comentarios


bottom of page