¿Una Fe Nueva? La Reforma como Renovación de la Catolicidad
- Andres Espinoza
- 1 oct
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"Raíces y Regla: La Herencia Católica y el Principio de Sola Scriptura en la Fe Reformada"
Una persistente y perniciosa caricatura presenta la Reforma Protestante del siglo XVI como un acto de innovación radical, una revolución teológica que, bajo el estandarte de Sola Scriptura, habría desechado mil quinientos años de historia cristiana para empezar de cero [1]. En esta narrativa, los reformadores son vistos como los progenitores de una fe novedosa, desconectada de las raíces apostólicas y patrísticas que la precedieron. Sin embargo, esta perspectiva no solo es históricamente inexacta, sino que capitula ante la misma acusación que los polemistas romanos lanzaron contra los reformadores: la de ser cismáticos y fundadores de una secta.
El presente artículo se propone refutar esta tesis de la "ruptura" y, en su lugar, demostrar que la Reforma fue, en su intención y esencia, un movimiento de renovación católica. Lejos de ser innovadores, los reformadores actuaron como "católicos conservadores", cuyo objetivo no era crear una nueva iglesia, sino purificar y restaurar la única Iglesia Santa, Católica y Apostólica, llamándola a volver a su propio fundamento: las Escrituras, tal como fueron leídas y defendidas por la Iglesia primitiva [2]. Argumentaremos que la Reforma no fue un rechazo de la tradición, sino una lucha dentro de la tradición por la fidelidad al Evangelio. Para ello, examinaremos tres pilares del proyecto reformador: primero, su compromiso inquebrantable con la ortodoxia de los credos ecuménicos; segundo, su profunda deuda teológica con los Padres de la Iglesia, especialmente Agustín; y tercero, su correcto entendimiento del principio de ad fontes como un retorno a las verdaderas fuentes de la catolicidad.
I. El Fundamento Católico: La Adhesión de la Reforma a los Credos Ecuménicos
Antes de abordar cualquier controversia soteriológica, el primer acto de la Reforma fue afirmar su completa adhesión a los pilares dogmáticos de la cristiandad. Los reformadores no cuestionaron la ortodoxia trinitaria o cristológica definida en los primeros siglos; por el contrario, la defendieron como el fundamento no negociable de la fe. Esto se evidencia de manera irrefutable en las grandes confesiones reformadas, que no comienzan formulando doctrinas protestantes distintivas, sino reafirmando su unidad con la Iglesia de todos los tiempos.
La Confesión de Fe de Westminster, por ejemplo, declara explícitamente en su prefacio la aceptación de las verdades contenidas en los Credos Apostólico, Niceno, Atanasiano y Calcedonense [3]. Esta no fue una mera formalidad, sino una declaración de principios: la disputa con Roma no era sobre la Trinidad o la doble naturaleza de Cristo. Al suscribir estos credos, los reformadores estaban trazando una línea clara. Por un lado, se distanciaban de los movimientos radicales de su tiempo, como los antitrinitarios (ej. Miguel Servet), demostrando que su reforma no abría la puerta a la herejía. Por otro, estaban afirmando:
"Nosotros somos los verdaderos católicos, pues mantenemos la fe que siempre ha sido creída por la Iglesia universal".
Esta estrategia apologética revela su intención: la Reforma no buscaba redefinir los dogmas centrales, sino argumentar que la Iglesia Romana, con sus innovaciones medievales (como la transubstanciación, el purgatorio, la primacía papal y las indulgencias), era la que se había desviado de la fe católica histórica. Al anclarse en los credos, los reformadores no actuaban como fundadores de una nueva tradición, sino como restauradores de la única y antigua tradición apostólica.
II. El Redescubrimiento de la Gracia: La Deuda de la Reforma con Agustín
El corazón de la controversia del siglo XVI fue, sin duda, la doctrina de la salvación. Sin embargo, incluso aquí, la Reforma no fue una innovación, sino un redescubrimiento agustiniano. Los reformadores, especialmente Lutero y Calvino, entendieron que la batalla por sola gratia y sola fide era una repetición de la lucha que Agustín de Hipona había librado más de mil años antes contra el pelagianismo.
Los reformadores argumentaban que la teología escolástica tardomedieval, con su énfasis en los méritos humanos, la gracia infusa y el libre albedrío cooperante, había caído en una forma de semipelagianismo [4]. Veían en la venta de indulgencias y en la teología de méritos (de congruo y de condigno) una traición al evangelio de la gracia soberana que Agustín había defendido tan vigorosamente. Por tanto, su retorno a la doctrina de la justificación por la fe sola no fue un salto en el vacío, sino un retorno a un pilar de la teología patrística occidental.
Calvino, en sus Institutos, cita a Agustín más que a cualquier otro teólogo, no como una autoridad infalible, sino como un testigo fiel de la enseñanza bíblica sobre la depravación humana y la gracia incondicional de Dios. Al hacerlo, los reformadores no estaban eligiendo a un Padre de la Iglesia por encima de la Escritura, sino mostrando que su lectura de la Escritura (particularmente de Pablo) no era una excentricidad personal, sino que estaba en profunda continuidad con el más grande de los teólogos latinos. Se posicionaron como los herederos de Agustín, mientras que acusaban a Roma de haber abandonado a su propio doctor más ilustre en favor de innovaciones filosóficas y legalistas. La Reforma, por tanto, puede ser vista como una disputa familiar dentro del catolicismo occidental, en la que los reformadores tomaron el partido de la tradición agustiniana más antigua y robusta.
III. El Verdadero Significado de Ad Fontes: Un Retorno a las Fuentes de la Catolicidad
El grito humanista del Renacimiento, ad fontes ("a las fuentes"), fue adoptado con entusiasmo por los reformadores, pero con un significado teológico preciso. Para ellos, no significaba simplemente leer los textos antiguos en un vacío, sino recuperar las fuentes normativas de la fe para purificar a la Iglesia. Estas fuentes eran, en orden de autoridad, la Escrituray, como testigos secundarios, los Padres de la Iglesia.
La investigación histórica de los reformadores sobre el canon bíblico es un ejemplo perfecto. Teólogos como William Whitaker demostraron, a través de un estudio exhaustivo de la historia, que el canon del Antiguo Testamento reconocido por la iglesia primitiva y por figuras como Jerónimo (traductor de la Vulgata) era el canon hebreo, y que los libros apócrifos, aunque leídos para edificación, no eran utilizados para establecer doctrina [5]. Al rechazar los apócrifos, que el Concilio de Trento canonizó en reacción a la Reforma, los reformadores no estaban "quitando" libros de la Biblia, sino restaurando el canon a su estado patrístico original [6].
De manera similar, el estudio de los Padres les permitió desafiar las pretensiones romanas. Por ejemplo, al analizar los escritos patrísticos, concluyeron que doctrinas como la primacía del Papa, el purgatorio o la transubstanciación eran desarrollos tardíos, desconocidos para la iglesia de los primeros siglos [7]. Por lo tanto, el retorno ad fontes no fue un ejercicio de liberalismo ahistórico, sino un proyecto conservador. Fue un acto de disciplina histórica que subordinaba la tradición tardía y corrupta (la de Roma) a una tradición más antigua y pura (la de los Padres), y que, a su vez, subordinaba toda tradición, incluida la de los Padres, a la autoridad final y suprema de la Escritura.
Conclusión: ¿Quiénes son los Verdaderos Cismáticos?
A la luz de la evidencia, la narrativa de la Reforma como una innovación radical se desmorona. Al afirmar los credos ecuménicos, al revivir la teología agustiniana de la gracia y al emplear un método histórico riguroso para volver a las fuentes, los reformadores demostraron su profundo compromiso con la catolicidad de la fe. No buscaban crear una nueva iglesia, sino restaurar la antigua.
Esto nos obliga a replantear la pregunta fundamental. La cuestión no es si los reformadores fueron fieles a la Iglesia Romana de su tiempo, sino si la Iglesia Romana de su tiempo fue fiel a la fe católica de los Apóstoles y los Padres. Desde la perspectiva reformada, la respuesta es clara: al canonizar errores doctrinales, al oscurecer el evangelio de la gracia y al elevar la tradición humana al nivel de la revelación divina, fue la Iglesia de Roma la que se apartó de la fe católica.
La Reforma, por tanto, no fue un acto de cisma, sino un llamado urgente a la Iglesia para que volviera a su verdadera identidad católica. Fue un acto de fidelidad radical, una renovación necesaria para la preservación del Evangelio mismo. Lejos de ser los fundadores de una nueva fe, los reformadores fueron los defensores de la antigua, luchando por la "gran tradición" contra aquellos que la habían abandonado.
Bibliografía
[1] Simposio sobre La Reforma como Renovación, p. 1.
[2] Barrett, Matthew, The Reformation as Renewal, Introducción.
[3] Van Dixhoorn, Chad, Creeds, Confessions, and Catechisms, Prefacio a las Confesiones.
[4] Barrett, Matthew, The Reformation as Renewal, Parte III: "Grace".
[5] Whitaker, William, Disputation on Holy Scripture, Cuestión I, Cap. 6.
[6] Bruce, F.F., El Canon de la Escritura, Parte I, Cap. 7.
[7] Daillé, Jean, Un Tratado sobre el Uso Correcto de los Padres de la Iglesia, Libro II.
[8] Barrett, Matthew, The Reformation as Renewal, Conclusión.
[9] Simposio sobre La Reforma como Renovación, p. 3.
[10] Kruger, Michael J., The Question of Canon, Cap. 2.
[11] Turrettini, Francisco, De necessaria secessione, Disertación II, §II-V.
[12] Turrettini, Francisco, De necessaria secessione, "Del Círculo Pontificio", §IX, XIII.
[13] Turrettini, Francisco, De necessaria secessione, Disertación II, §VI.
[14] Turrettini, Francisco, De necessaria secessione, Disertación II, §IX.
[15] Turrettini, Francisco, De necessaria secessione, Disertación I, §XXI.
[16] Daillé, Jean, Un Tratado sobre el Uso Correcto de los Padres de la Iglesia, Libro I, Cap. 2-3.
[17] Daillé, Jean, Un Tratado sobre el Uso Correcto de los Padres de la Iglesia, Libro I, Cap. 5.
[18] Daillé, Jean, Un Tratado sobre el Uso Correcto de los Padres de la Iglesia, Libro I, Cap. 4.
[19] Daillé, Jean, Un Tratado sobre el Uso Correcto de los Padres de la Iglesia, Libro II, Conclusión.
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